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mos los elegidos por nosotros”: p. 188), za que a veces da lugar a versos inol- prano) balance vital que publicó en
y también con estupendos arrebatos vidables: “Brotan hojas en todas las 2002, lleno de fuerza y de verdad, y
metaliterarios: “La poesía es una for-
ramas en las que pude haberme ahor- ante el que no hay nada que replicar,
ma de mentira / La poesía soslaya las cado” (pág. 239). La alegría instintiva neutralizando cualquier posibilidad
realidades / y eleva lo irreal / al nivel de Andersson, así, no es ingenua, algo de añadir algo: “Tras una minuciosa
de la suprarealidad [.] La poesía no es
que tampoco queda desmentido al consideración y después de haber
un detector de mentiras / sino la men- comprobar con qué admirable tenaci- constatado que no hay remedio, me
tira misma / Cuando las ciudades y los dad mantiene, por encima de todos los alejo de lo físico. Tuve una buena
pueblos arden / cuando los arrozales disgustos y decepciones, una poderosa
vida. Sigo amando a las mujeres a
arden / los poetas encienden sus can- y contagiosa fe en la humanidad: “No las que amé. Mis hijos y los hijos de
delabros / y escriben: «la libertad arde hay luz como la luz del ser humano” mis hijos fueron para mí una fuen-
/ en mi corazón» / Pero los corazones (pág. 242).
te incesante de alegría y asombro.
que arden / no huelen a quemado / Decorándose (en el mejor senti- En la ciencia médica, la literatura,
Sin embargo los pueblos que arden do de la palabra) con versos muy su- la música y el deporte encontré la
huelen / como huelen los hombres gerentes y lúcidos (“El sentido de la alegría y la satisfacción que uno ex-
que arden” (p. 52).
vida es seguir el balón con la mirada. perimenta con aquello a lo que de-
Estamos, por tanto, ante cual- / Cuando ya no se ve el balón ha ter- dica toda su fuerza y su saber. Tuve
quier cosa menos ante un poeta esca- minado el partido”: pág. 267; o bien, suerte en el amor. Te quiero. Si hay
pista, pero en toda la obra del nlan- aún más sugerente: “La vida es una alguna eternidad (cosa que dudo)
dés subyace una celebración radical de breve visita a alguien que no está en allí nos veremos, a su tiempo. Tóma-
la vida, por encima de la amargura o el casa”: pág. 280.), Andersson fue de- telo con calma. Nos vemos junto al
desaliento, manteniendo una esperan-
rivando hacia el (excesivamente tem-
bar” (p. 234).
Carta a Francisco J. Uriz
Amigo Paco:
Esto me ha escrito mi amigo el catedrático de francés Francisco Torres Monreal:
En este momento acabo de leer, mejor diría devorar el libro de Claes Andersson. Enhorabuena también a ti y a F.
Uriz por esa traducción ágil que, en ningún momento, me frena la lectura. Devorar, digo, como si fuera una novela.
Pasan las horas espesas, sin resaltes, en el campo de este pueblo, mi pueblo, Ribera de Molina que, hasta la apa-
rición de Google, no guraba en ningún mapa. Ni siquiera en los mapas regionales. Llega hasta mí, amortiguado,
el sonido de las lejanas campanas, observo al gato Pérez que se ha echado una novia, pían los gorriones, zurean las
palomas, mueve un viento leve las copas de los pinos. Este es el acompañamiento habitual de mis horas en exceso
replegadas hacia proyectos mentales.
Hoy ha cambiado el panorama. Por culpa de un libro. Un libro recién iniciado que me arrastra a una lectura
compulsiva, que devoro con instinto carnívoro –caníbal sería adjetivo quizá más acertado- sorprendido por sus con-
tinuas salidas de tono, por sus antifrases en todas las escalas de la ironía que hacen que se me carcajee por dentro el
alma compasiva y cómplice mientras por fuera debe asomarme un gesto de continuada y sonriente compasión. Con
este libro en los ojos, empiezo a dudar de Rilke, que aconsejaba al poeta ser muy parco en el uso de la ironía.
A unos miles de kilómetros de estos terrenos secos, en los andenes de Helsinki, pasea un señor, chaqueta gris,
poeta, a cuestas con sus ochenta recién cumplidos, con sus luchas y mítines, sus locos, sus matrimonios bien rotos,
sus lecturas, sus hijos y sus nietos, su mirada cansada y complaciente. Se llama Claes Andersson. Es el poeta respon-
sable de los versos que ahora leo. Un viento fresco me une a él. Quizá haga recuento inmóvil de los años y piense que,
después de todo, ha sido bella la vida o que la poesía es bella por inútil. Por un momento, por un largo momento que
ha de varias horas, ha desaparecido de mi mente el campo seco, los pinos y los gatos con los que tan conciliado me
encontraba. Estoy en el andén de Helsinki, recorro la ciudad, sus calles, sus sanatorios, sus abundantes tristes aguas
frías, la melancólica nostalgia complacida que rezuman los poemas de este señor que ahora me saluda con corrección
de sonámbulo en el andén de la ciudad báltica. Nos hemos reconocido sin problemas. Llevábamos el mismo libro en
la mirada.
[Gracias le sean dadas a Libros del Innombrable, que dirige mi entrañable amigo Raúl Herrero, por la publi-
cación de este libro de Claes Andersson, poeta para mí desconocido, con quien tanto he sonreído y minimizado mi
autoestima en la traducción sin peso ni frenos de F. J. Uriz].
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