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para engrosar una piña juvenil que caras de carneros degollados. Fáciles sible adscripción de espacio o tiempo 

escuchaba atenta, rugía y se encres- blancos, en ocasiones, de las chacotas que no fueran los meramente poéti- 
paba o bramaba y reía a carcajada 
de alguno de los contertulios.
cos. Aunque eso sí; resultó ser no un 
batiente, gesticulaba como en un Los sábados esplendían en todo juego super cial, sino el espíritu de 

escenario cuyos actores representasen su fulgor nocturno. Hacia las diez un mani esto tácito que todos asu- 
para ellos mismos, vueltos de espal- 
empezaban a con uir los nikeanos. míamos.
das a un público a veces curioso, a ve- Había que ver a Manuel Pinillos recli- Ninguna entidad más convencio- 

ces distraído, a veces irritado por tan nado en su hermetismo, alzando de nal que Niké; por tanto, nada menos 
estruendosas escaramuzas verbales.
súbito su índice impenitente y admo- reglamentario, organicista o consti- 
Solíamos acudir al Café casi nitorio tras despertar de su ensoña- tucional. Era la contingencia frente

todos los días. Las mañanas tenían ción poética; había que ver a Miguel a toda prescripción o necesidad; o,
un encanto especial; el recogimiento, Labordeta avanzar hacia el fondo, 
si así se pre ere, la contingencia ne- 
la suave luz tamizada de la calle, el irónico y magní co, orondo y reve- cesaria y fatal: como la necesidad de 

silencio como cernido por invisibles rendo, desa ante y rozagante, ladean- respirar frente a toda cerrazón doctri- 
terciopelos, aconsejaban la concen- do su enorme testa a los lados como 
naria, frente al asedio de las mil caras 
tración, y cuantos ejercíamos de si intentara sacudirse el ciempiés de dictatoriales y confesionales, parti- 

universitarios o aprendices de poetas, algunas miradas impertinentes; a darias o partidistas. Con el espíritu
preparamos en aquel ambiente más Ignacio Ciordia, el Búho, tras Julio
y el humor vivos de Niké había que 
de alguna lección o perpetramos más A. Gómez, el Gordo, en el balanceo identi carse o rechazarlos de raíz, lo 

de algún poema. Sobre las doce o una de sus carnes mo etudas: un Sawa que sucedió con frecuencia. Su carta 
de la tarde, a uían los compañeros
de buida videncia satírica junto a su de naturaleza se hallaba inscrita en el 

y todo despertaba lentamente de su Latino, capaces los dos de traicionar a viento y grabada en las arenas.

ensoñación matinal. Recuerdo aque- Valle-Inclán en sus disfraces de Lau- En Niké se peroraba de todo lo 
llas horas frente a un café con leche, rel y Hardy, menos en sus recorridos divino y lo humano, y menos de lo 

o lo que resultaba más habitual —tal dantescos por la “fourmillante cité” que se pudiera pensar, de literatura, 

era la permisión connivente de los ca- zaragozana. Vierais allí sonar la voz poesía o arte, aunque estos temas 
mareros—, frente a un vaso de agua, potente y chungona—entre metal y constituyeran su profunda razón de 

como las más gratas y sedantes de
madera— de José A. Labordeta, o las ser y estar. Cualquier motivo se erigía 

mi asistencia a Niké. Con seguridad, arremetidas llenas de humor salaz y en objeto de chácharas: problemas de 
el esfuerzo de la mañana y la lenta gracia picante de Manuel Rotellar, o política, de literatura, de poesía, de 

preparación para la hora ritual de los las intervenciones conciliatorias de arte, de cine, de deporte, etc. De tan 

prandios —cálculo a medias entre Emilio Alfaro, o el sorbeteo escéptico obvio me ahorrará mayor explicitud. 
cuerpo y espíritu— nos entonaban y carcajeante de Fernando Ferreró, o Contadas veces se dieron lecturas de 

en la moderación con dencial, en el los hipidos conejiles de Gil Comín, poesía o de teatro, pero con tal carga 

fraseo relajado de la amistad y la co- entre el despiste franciscano de Emi- de mortífera sorna acogidas, que
municación inmediata.
lio Gastón y la taciturnidad de Rai- no se volvieron a repetir, las críticas 

Las mañanas de los domingos las mundo Salas que se le estriaba en sus resultaban demoledoras, cuando no 

sesiones funcionaban con la asidui- gafas de “culo de vaso.”
paralizantes, para quienes no estu- 
dad de los restantes días de la sema- Niké no era una tertulia o una vieran dotados del temple que Niké 

na; sin embargo, por la tarde, desde peña en el estricto sentido usual de la exigía a sus neó tos.

las horas del café hasta más o menos palabra. Niké era simplemente Niké. El lenguaje utilizado de ne a un 
el  lo de las nueve, resultaba casi im- Jamás oí decir a ninguno de los ami- grupo. En primer lugar: el vocabu- 

posible congregarse allí. El Café bu- gos: “Vamos a la tertulia” o “Vamos
lario empleado por el grupo. No me 

llía de un público variopinto: indus- a la peña de Niké” o “Te esperamos re ero al de las obras que por enton- 
triales, terratenientes, propietarios de en la tertulia”. En todo caso, tales ces se escribieron, que, por cierto, 

 ncas rústicas y urbanas, profesores, designaciones, que cuadraban con ofrecerían un índice de frecuencias 

personajes de las clases liberales (abo- mayor holgura a las que por entonces muy signi cativo de una manera
gados, médicos, farmacéuticos...), funcionaban en Zaragoza, serían uti- de encarar el mundo, sino del habla 

matrimonios de las clases medias que lizadas por quienes no frecuentaban oral. Citaré unos ejemplos corrien- 

se sentaban a tomar el chocolate y a nuestro ámbito. Niké tampoco era
tes: “cretino”, “hortera”, “nefasto” y 
redimir las tediosas modorras domi- la O.P.I., por más que en ocasiones toda su parentela de derivados, así 

nicales, parejas que allí venían a prac- se haya inducido a error a cuantos se como algunos galicismos, “pose”

ticar el deporte amoroso entonces han interesado por aquel grupo. La y “epatar”, que corrían de boca en 
permisible: el fruncido de manitas o O.P.I. era una entelequia fantasmal boca. Huelga explicar quiénes eran 

el escarceo fugaz que les dejaba con
inventada por M. Labordeta, sin po-
unos “horteras” o quiénes decían


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