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— Conozco a todas las jóvenes la bibliografía completa, exhaustiva, del evento, un tanto avergonzados, se 

rubias de Zaragoza..., quiero decir, de todo lo relacionado con Ibsen, por excusaron de que, con las prisas por 
áóá
perdón, no me malinterprete —esbozó íísupuesto.
atender su demanda, la difusión del 
una sonrisa pícara el tal Eugenio—, íSufrió una gran decepción.
acto no había podido hacerse como era 
éú
a todas las jóvenes rubias que acuden De nuevo, el enigma de aquella habitual, y el resultado era ese.
nuestros actos culturales, porque yo íó“Nora” volvía a Zaragoza. ¿Tendría — Es igual, no importa... –dijo 

tambin pertenezco a la directiva de esa íque cerrar el círculo de aquella pesa- con un acento de fatalidad que sobreco- 
óñ
entidad, claro. Pero, lo siento, no me ídilla volviendo a la ciudad del cierzo, gió a los organizadores.
acuerdo de esa joven. Las que estaban áérepetir uno por uno los pasos que allí Y sin mediar ni una palabra más, 
óí
eran las hermanas Reig, que también óóhabía dado, pronunciar de nuevo otra se sentó en la tribuna de oradores y len- 
íñ
son rubias..., aunque no tan jóvenes.
conferencia sobre Ibsen y aprovechar ta, penosamente, comenzó a desgranar 
Eugenio le pag el whisky.
íla presencia de aquella “Nora”, entre su pesadilla.

óel auditorio, para no dejarla escapar en 
***
ííí***
esta ocasión?
Ya en Madrid, lo primero que hizo óLo hizo, aunque empezaba a pen- Regresó a Madrid, hundido. En 
óóó
fue recorrerse unas cuantas librerías íñsar que no estaba en sus cabales con el AVE reclamó la revista Paisajes, pero 
á
en la bsqueda de aquella novela que áíaquella obsesión. Gracias a las relacio- como una especie de compulsión fa- 
anunciaba Paisajes. Ni siquiera en la ónes establecidas con los promotores de talista, porque sabía que en ese nuevo 

Casa del Libro la tenan, y lo que era aquella primera conferencia, consiguió número nada se diría de Nora ha vuelto. 
ÁÁ
ms sorprendente, desconocan su exis- que le dieran otra oportunidad para íY hasta empezaba a estar seguro de que 
tencia. Internet no le proporcion la hablar de Ibsen, en el mismo local, óóese número de la revista solo había esta- 

menor informacin. No le qued ms con el mismo hotel. Y sí, todo sucedió do en su imaginación.
é
remedio que acudir a la propia redac- como en la anterior ocasión. Y recibió óVolvió a la Universidad, a sus 
cin de Paisajes, donde con vagas expli- la misma inesperada convocatoria al clases. Un día le tocó explicar Ibsen, y 
ó
caciones le dijeron que posiblemente ngel Azul, en el mismo diminuto ísintió una turbación extraña, temerosa. 
í
habran recibido aquella nota para sus sobre, en la misma pequeña cartulina ÁéHubiera preferido pasar del dramatur- 
novedades editoriales y que la haban de color violeta, con el mismo texto en ñígo. Antes de empezar su lección se fijó 
ó
publicado sin ms.
su interior: “Necesito hablar con usted íñen la alumna rubia que lo miraba con 
ó
El asunto de Nora empez a pro- inmediatamente. Le espero ahora en El expectación inusitada desde la primera 
vocarle pesadillas. Y tena que resol- ngel Azul. Ibsen no lo dijo todo. No fila. Creyó sufrir un dejà vu, se imaginó 

verlo. Como decisin extrema, decidi falte. Nora”.
Áde nuevo en el salón de actos de la en- 
ó
acudir a la embajada sueca, donde, Acudi inmediatamente, sin tiem- áátidad zaragozana, aquella primera vez. 
muy amablemente, le informaron que po ni para ponerse la corbata, al Ángel úUn vahído le dominó, como si un golpe 

desconocan la existencia del libro y Azul, pero... El ngel Azul ya no exis- de sangre le inundara la cabeza:

de su autora, pero que podra acudir ta. En su lugar haba un establecimien- — Señorita, señorita –dijo diri- 
al mejor experto espaol de literatura to llamado “Las Siete Copas”, o algo ógiéndose a la alumna rubia con agresiva 

sueca, un caballero zaragozano llamado parecido. La decoracin y la disposicin contundencia—. Pase, por favor, a la 

don Francisco Uriz.
del local haban cambiado. No recono- mesa y explique a sus compañeros lo 
Consigui localizarlo tras largas ci el lugar.
que no contó Ibsen, por qué Nora ha 
í
pesquisas. Viva, en efecto, en Zarago- — ¿Pero esto no es El ngel vuelto...

za, pero no estaba en Zaragoza. Pasaba Azul?— pregunt casi dramticamen- Hubo un movimiento de extrañe- 
la mitad del ao en Suecia, donde te al camarero que le atendi y que ni za en el alumnado. Pero la joven rubia óíá

haba residido gran parte de su vida, llevaba colgante en su oreja, ni estrellita no pareci inmutarse. Ocupó el lugar 

y ahora, ya jubilado, reparta el ao de purpurina pegada en su frente, ni del profesor con toda calma y comenzó 
entre la capital aragonesa y Estocolmo, bizqueaba inmisericordemente.
a decir:

donde segua teniendo familia. Y en — Era, s seor, pero hace tiempo — Yo soy Nora...

estos momentos se encontraba all. que dej de serlo...
Y mientras hablaba, vieron al 
Consigui su telfono y lo llam. Muy — ¿Hace tiempo? ¿Cunto profesor, siempre tan formal, que reía 

amablemente, el mejor conocedor de tiempo?
y rea y rea como un poseso, como si 
í
las letras suecas, y de las nrdicas en — No lo s seor, yo soy nuevo...
lo que estaba contando Nora fuera el 
general, el gran traductor y difusor de Ni siquiera tuvo valor para pedir cuento ms divertido de la historia. 

aquella literatura, el que, por tanto, lo un caf con mala leche.
Antes de que se desplomara le oyeron 

saba todo, no tena el menor conoci- Fue a la conferencia como ltima farfullar: “El significado del teatro es 
miento de aquella novela y de su enig- esperanza de encontrar a Nora. Pero el otro teatro...” y gritar algo as como “Un 

mtica autora. Pero le proporcionara
saln estaba vaco. Los organizadores
autor gravemente peligroso”.


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