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«Madrid es una ciudad de más excelsas causas». Si volviéramos la desafío a la retórica, libre hasta rozar 
ú
de un millón de cadáveres (según las ívista, ¿quién negaría la nobleza de la incomodidad. Pero, a la vez, es el 
ltimas estadísticas)». Bien podría- áúó
álos que alzaron la voz en el pasado? resultado de la negación del silencio; 
mos trasladar los primeros versos de óHombres y mujeres dignos de ser es- es un deseo de supervivencia, un 

Hijos de la ira, poemario que Dámaso éóíícuchados, sin duda, incluso ese loco grito desesperado, molesto e inopor- 
Alonso publicó por primera vez en íí
áde Dámaso que escribió una elegía a tuno, que descubrió que la tragedia 
1944, a pocas mucho más lejanas, áéun moscardón al cual aplastó mien- está implícita en una mirada tem- 
é
como tambin podríamos llevár- tras bordaba un delicado soneto. blorosa, en la suciedad de un rostro 
noslos en el bolsillo: las ciudades de óáé
áQuizá sea la perspectiva la que nos famélico o en el caminar desgarrado 
ms de un milln de cadáveres son ñhaga venerarlos. Acaso por alcanzar de unos viejos zapatos en la Calle 
í
un tpico atemporal. «Hijos de la óóla grandeza de los pasados revolu- Mayor. Y nada de esto es tan lejano, 
ira», deca. Hay algo en sus palabras cionarios; por ser los iracundos de 
íéóócomo también podría serlo en reali- 
que nos salta a la cara como un ti- óuna verdadera protesta —como tan- dad: es un tópico atemporal; pero la 
í
gre y desgarra enfurecido nuestros to se insiste en repetir—, debamos miseria solo nos incomoda cuando 
ojos... quiz por medio del dolor óáaficionarnos a guillotinar cabezas. 
se nos echa como arena a los ojos, y 
entre la luz. «Yo escrib Hijos de la ira éSin embargo, déjenme decirles que escuchar no se compra con dinero.

á
lleno de asco ante la estril injusticia ííéla historia huele más bien a que Qué difícil es darse cuenta de 
del mundo y la total desilusin de afilaron cuchillas porque no los es- que algo está mal construido cuando 

ser hombre», confes el autor. Re- cucharon. La palabra mutilada es uno ha crecido entre sus muros, y 
á
cordemos brevemente 1944: el rgi- otro tópico atemporal. La palabra es qué hipócrita sería alabar a aquellos 
men se alzaba triunfante, se regoci- incómoda, en especial cuando llega que tiraron la piedra antigua para 
ó
jaba sobre cada uno de los ms de como un zumbido hasta nuestros úíconstruir la que ahora nos cobija,


un milln de cadveres, rea panza pedestales —o sillones de cuero, si a los que hoy desean derribarla 
arriba mientras la esperanza mora como prefieran—, como un molesto desterráramos por su locura. ¿Acaso 
í
de hambre en la calle. Las letras llo- zumbido de moscardón azul al que óla locura de los muertos es menos 

raban, algo las haba vuelto insulsas, se ha de silenciar y luego lamentar. locura que la de los vivos? ¿No es si 
errticas, silenciosas. Fue entonces ¡Ya se encargarán siglos después de no locura creerlo? La locura, una vez 

cuando Dmaso escribi un molesto ensalzar su legado!
más, se elogia a sí misma por cuerda, 
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poemario y lo public siendo cons- óy se regocija en toda su comodidad. 
ciente de que vomitar su angustia no áY así, la voz, esa a la que llamamos 

cambiara nada. Public aquel grito La palabra es por miedo locura, se castiga; al que 
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de protesta, aquella herida sangrante incmoda, en especial íla alza se le brinda la posibilidad de 
que llevaba por nombre cuatro pa- ícallar o de ser reducido a silencio. 
cuando llega como un í“

labras y calladas millones de otras, Ojalá el tigre nos arañara los ojos y 

enterradas bajo tierra, porque saba zumbido hasta nuestros nos levantáramos iracundos ante 
que deba darles la vida que jams se tanta estadística. Ojalá recordára- 
pedestales

les haba concedido.
mos a Dámaso, irguiéndose entre los 

Seamos sinceros: las palabras se escombros, magullado, asqueado, ñ
digieren mal sobre el silln de cuero Se nos da muy bien venerar, sin con rabia en la palabra, empuñán- 
í
y ltimamente andamos algo indis- nimo de ofender, aquello que nos dola con todo el dolor del desenga- á

puestos. La ira nos resulta casi tan resulta lejano. Cuestin de priori- o, prefiriendo quizá la muerte a 
inoportuna como un abrupto des- dades, tal vez de comodidad. Se nos una vida en silencio; sabiendo que 

pertar tras un sueo profundo; aca- da an mejor hablar de estadsti- Madrid, según las más recientes es- 

so sean lo mismo. En esos sillones, cas: un milln de cadveres es una tadsticas, sigue siendo una ciudad 
mrbidos hombres enguantados de estadstica, una triste estadstica, de ms de un millón de cadáveres y 

gris fuman en silencio o en lo que pero estadstica, al fin y al cabo. El sobrevivir es una cuestión de ira.


antes era un plcido silencio conta- problema es cuando los nmeros 
minado de angustia. Ahora moles de hablan. Desde nuestros desvergon- 

carne enfurecida enturbian a gritos zados sillones olvidamos que la voz 

el ruido estril de la calle, hablan
no surge de la nada, es hija del can- 
de privilegios y, lo que es peor, de sancio, la rotura y el dolor; as como 

derechos. «¡Qu poco humor! ¡Qu la soberbia es madre de la ceguera. A 

de ofendidos! Los iracundos hoy en nuestros ojos, la protesta es grotesca; 
da son iracundos por vicio, no como de hecho, Hijos de la ira es un poema- 

los de antes, excelsos iracundos por
rio extraordinariamente grotesco, un



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