Page 32 - Crisis-16
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Un cielo limpio llenaba aquella mañana de pri- —Son suficientes. Recordad la película que vi- 

mavera, un azul que no era sesgado por ninguna mos el viernes, 300. Nuestros soldados son fuertes y 
nube. El dios amarillo salpicaba las pequeñas hier- no conocen el miedo.

bas que ya se atrevían a salir de la oscuridad; una —Distribuiremos las tropas entre los barcos, 

rosa temprana estiraba sus hojas rosadas entre los nombraremos un capitán que dé las órdenes en cada 
cardos.
uno de ellos y un general que dé instrucciones a los 

Ya va para cinco años que las ramas del árbol, capitanes. Los cañones estarán preparados para dis- 

con sus escasas hojas, daban sombra a la nevera azul parar a los aviones cuando los tengamos encima.
con esa asa que un tiempo atrás fue blanca y hoy te- Sus madres les han llamado para comer y al 

nía un color perlado, pero que aún servía para guar- levantarse del suelo contemplan la alambrada del 

dar los alimentos que a primera hora de la mañana campo de refugiados.
había comprado en los puestos.

Para evitar incendios se había construido una Y en el exterior seguirán ellos, 

pared donde dar rienda suelta a sus recetas más sa- promotores de la destrucción, 
brosas y tras ella fardos de leña dispuestos para rea- arañando dos palmos de tierra 

lizar la conjura del fuego.
en “Libertad sin condiciones”. 

Los mayores murmuran, a veces, respecto a la Nosotros
procedencia de aquel riachuelo que atraviesa aquel subiremos el escalón de la muerte, 

paraje. No veían montañas cercanas ni percibían
marcharemos

el estruendo de una catarata que fragmentara sus por los campos de batalla
aguas en pequeños cauces.
entre cadáveres inocentes. 

Ellos sí lo saben, los niños sí lo saben.
Atravesando aldeas quemadas 

Sus madres les han dejado quitarse la camiseta, donde los niños
es bueno el sol de primavera, la vitamina D es nece- buscan la leche de un pecho muerto. 

saria.
Infernales pájaros de hierro 

Ajenos a estos detalles juguetean en el riachuelo.
surcarán el cielo,
Observan ensimismados al abuelo que se ha sen- y entre despojos

tado sobre una piedra a su lado. Sus azarosas manos, beberemos el polvo,

con hojas de periódico, están construyendo una gran conservando el último aliento 
flota.
para mantener erguida la bandera, 

Los nervios les van alterando las pulsaciones, muriendo por nuestra tierra

sus dedos son culebrillas sujetas a sus piernas ser- sin que exista un final.
penteando para recibir el más preciado de los jugue- 

tes.

—Mira: muy, muy lejos, donde no consigues 
ver nada, se encuentran unas grandes montañas; 

son tan altas que casi llegan al cielo. Son totalmen- 

te verdes, porque están llenas de árboles y en las 
ramas hay miles de pájaros de todos los colores. En 

esas montañas hay un lago enorme donde saltan los 

peces en sus aguas transparentes. Hay un pequeño 
trozo donde el agua se escapa y viene hasta aquí; lo 

que pasa es que, como tiene que atravesar sitios de 

tierra, el agua llega aquí un poco sucia. Al pie de 
esas montañas hay unas cuevas enormes llenas de 

aviones, se están cargando de bombas y de combus- 

tible para venir a torpedear nuestros barcos. Hay 
que prepararse para la batalla final. Preparados en el 

puerto, dispuestos a salir en el momento más opor- 

tuno, pondremos los motores a todo gas para llegar 
al mar y unirnos a las flotas aliadas.

Con los cuerpos tirados sobre la tierra comien- 

zan su juego.
—Tenemos muy pocos soldados —grita de uno 

de los niños.


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