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“arranques” frente a la ignorancia Mi In memoriam
me llevaron a  jarme especialmente en 

del idioma.
(Escrito para Heraldo de Aragón)
él, curiosamente, sus crónicas sobre el 
—Recuerdo que, en los últimos 
mundo del mar, sus aventureros, los 
tiempos de mi trabajo en el periódi- Muchas veces lo tuve en la mesa cantores de la mar. Yo me lo imagi- 

co, caracterizados por el aluvión de de al lado y parloteábamos como es
naba un juvenil hombre cosmopolita, 
alumnos recién salidos de la Facultad 
de rigor. Lo consideré siempre con con experiencia en esas cosas marinas, 
de Ciencias de la Información, una mucho respeto, por simple veteranía
frecuentador de mares y paisajes le- 

jovencita, que había sido, al parecer, y por su mucha profesionalidad. Ya janos. Cuando lo conocí personal- 
brillante, nos preguntó: “Oye, acabo 
estaba en el Heraldo cuando yo entré mente, ya vi que la imaginación tiene 
de buscar en la Espasa la palabra en la redacción, y lo había leído y su territorio propio, que la realidad

“jol” y no la encuentro; porque es con admirado antes de conocerlo personal- es otra cosa. José H. Polo, que así se 
jota, ¿verdad?” A punto de sufrir un mente. Además de periodista riguroso, 
 rmaba, resultó ser un hombre de 
ataque, respondí: “no, es con “uve”. siempre me pareció un extraordinario tierra adentro, madrileño, licenciado 

Me miraron todos como si estuviera escritor, uno de mis compañeros que en Derecho, y cuya principal ocupa- 
loco: Sí, mujer, porque el aullido ese mejor utilizaba todos los recursos de 
ción en el periódico —sustituyendo 
de “jol” tiene un vocablo sonoro en la lengua, fuera en sus crónicas de en esa tarea a don Pablo Cistué de 

nuestro idioma, que debería ser el mera información o en esos artículos Castro, también crítico teatral y luego 
tuyo: “vestíbulo”. Hubo grandes risas donde su estupendo estilo se podía 
subdirector del periódico— era acom- 
a mi costa. A quién se le ocurre. poner mejor de mani esto: su sentido pañar a los gobernadores civiles en sus 

—Un poco temible sí has sido, de la ironía, del humor, de la elipsis, su desplazamientos por la región —espe- 
querido Polo, en estas cuestiones sobria adjetivación, su cultura enor- cialmente en los tiempos de Pardo de 

lingüísticas... Seguro que te sobran me. Tras su jubilación, José H. Polo Santayana y González Sama— e in- 

las anécdotas.
(“Carrete”, “Fianchetto”, etc., entre sus formar de los espesos acontecimientos 
—Pues ya que lo dices, ahí va otra, varios seudónimos), publicó novelas y municipales. Fue una de mis prime- 

de la misma época aproximadamen- relatos que descubrían al gran público ras lecciones de inserción en la reali- 

te. Surgió, no recuerdo el motivo, la —a mí ya no—el gran narrador que dad del periodismo, que uno podía ser 
 gura de Perrault. Una compañera era y he tenido la fortuna de habérselo una brillantísima pluma literaria pero 

—por poco tiempo, ya veterana y expresado en diversas ocasiones, aun- lo que exigía de ti la información era 

con fama de conspicua— fue a bus- que yo creo que mi viejo compañero que fueras un escriba  el, y anónimo 
carlo, también en la Espasa. Y volvió, no acaba de creerme y tal vez lo con- tantas veces, de esos cotidianos avata- 

diciendo y zanjando la cuestión, ¡que sideraba un gesto de buena educación res que formaban la gris sustancia de 

NO estaba! Y puso una  or  nal y por mi parte. Pero le he sido siempre cada día. Aún así —nada interesado 
contundente de su propia cosecha: sincero. Lo considero de verdad una en aquellas lides institucionales—,

“Yo de lo único que estoy segura es de las mejores plumas del periodis- yo hacia el esfuerzo de leer páginas 

de que era ¡español!”. Naturalmente, mo aragonés. En uno de sus últimos enteras sobre aquellos aconteceres.
de ésta sí recuerdo el nombre, pero libros, La sombra apetecida —continua- Y descubrí que, en lo más anónimo, 

me lo callo. Ya lo comprenderás. Por ción, o apéndice, dice el autor, de su en lo menos apasionante, el escritor 

otro lado, duró muy poco en el perió- anterior A la sombra del Santo del día, de verdad podía asomar en pequeños 
dico. Desde luego, iría a desempeñar también inefable—, enhebra, junto
matices, en los detalles más nimios, 

algún cargo de mayor importancia al leitmotiv del santoral, una suerte de en ráfagas de ironía y sutileza que 

en algún lugar donde fuera menester memorias donde su jugoso estilo, de nunca hubieras esperado en un relato 
la presencia de gente culta.
perfección clásica —en estos tiempos, informativo puro y duro, municipal

Antonio Herráiz, compañero en
insólito— y su sentido del humor y su y espeso. José H. Polo sabía hacerlo, y 

las lides periodísticas, escribe en el imaginación se ponen plenamente de esta fue otra de mis primeras lecciones 
prólogo del libro sobre el autor: “Es mani esto.
en mi improvisada senda del perio- 

irónico, mordaz y sarcástico con los Como ya he dicho, antes de cono- dismo, que no hay género menor si lo 

poderosos, los soberbios, los hipócri- cerlo como compañero en la redacción sabes hacer con inteligencia y gracia. 
tas, los corruptos y demás ladrones de Heraldo, ya sabía de él como lector Luego supe que, además de esas infor- 

por vicio y ambición. Resulta tierno suyo que era. Con el veneno de la li- maciones, José H. Polo  rmaba como 

y compasivo con los pobres, los dé- teratura y el periodismo en las venas, “Carrete” una sección diaria que venía 
biles, los explotados, y admira, espe- muy tempranamente contaminado, a ser como una glosa a una instantá- 

cialmente, a los coherentes y conse- yo leía muy atentamente las páginas nea fotográ ca del día, y en la que el 

cuentes con sus ideas y principios, del periódico para intentar aprender estilo y el ingenio de José H. Polo se 
aunque no coincidan con los de él.” de los maestros. Y enseguida encontré explayaban de forma extraordinaria. 

José H. Polo, genio y  gura.
uno que respondía a ese magisterio:
Curiosamente, en mi desembarco en


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