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En su libro A la sombra del santo humano con el que puedo llegar a era también —aunque algo de esto 
del día, escribió José Hernández Polo entenderme». Y me entendí.
A esto he de añadir que no siempre ni ya sabíamos quienes estábamos más 
sobre su vida periodística:
en todo he estado de acuerdo con nor- cerca de él y algunas de sus inquie- 
mas que pueden parecer intocables de tudes nos confesaba—, que era un 
No he ocultado nunca que yo no he 
la práctica periodística. Son muchas las gran escritor. Sabíamos de sus pre- 
sido un periodista con vocación. Eso cosas que no me gustan, acaso por lo 
de la vocación, aplicada a las profe- mios literarios, ya un poco antiguos 
siones y los o cios, me ha parecido ya apuntado, porque no soy un perio- en el tiempo, sabíamos de la publi- 
dista de vocación. Por eso, aun ahora, 
siempre una simpleza; no existe una cuando cada mañana hojeo el Heraldo cación de algunos de sus cuentos, de 
vocecita, «presuntamente» divina o aquellos libritos, Sorolla, Zaragoza, 
—rutina de la que me sería muy difícil 
protectora, que nos llame a ejercer y doloroso prescindir— y topo con publicados en Temas de España, 
esta u otra labor, contable, ingeniero 
determinados titulares que a veces no sabíamos de su vasta cultura litera- 
o fumista. La vocación, en el mejor responden al verdadero contenido del ria, y de la calidad de su escritura 
de los casos, es sentido de la respon- 
sabilidad y deseo y voluntad de hacer texto o con errores de léxico y gramati- teníamos clara demostración cada 
cales que me exasperan, me llevo más 
bien cada uno su trabajo. Con ello, de un disgusto. Pero que nadie me lo día con sus artículos y crónicas, pero 
no quiero decir que el ejercicio de mi nos faltaba lo que vendría luego, a 
haga notar para mofarse del diario y de 
profesión me haya sido siempre in- los periodistas. Me irrita que gentes, partir de su jubilación.
grato ni que lo haya tenido en menos. 
cuyo rendimiento y e cacia en sus res- Y lo que vino luego fueron. 
Hubo de todo, como es lógico, pero pectivos cometidos cabe sospechar que relatos, novelas, dietarios, y títulos 
vencieron los momentos buenos, lo no estén libres, por desgracia, de faltas 
mucho que en el campo del periodis- de un género, el policíaco y la cien- 
iguales o acaso mayores, se lleguen a 
mo puede aprenderse de la condición mí para mofarse. Eso no lo aguanto:
cia- cción, de los que sabíamos que 
humana, varias satisfacciones y en- era un lector apasionado desde siem- 
al  n, se trata de compañeros míos, la 
cuentros con gentes y con tierras que mayor parte esforzados y de buena fe, pre, y sobre ello escribió algunas 
hubieran sido inasequibles de ejercer 
y, sobre todo del periódico de mi vida. veces en el periódico, como escribió 
otro trabajo. Más los buenos amigos ¡Ojo!: no me lo toque nadie. No olviden mucho de otra de sus pasiones, el 
hechos. Yo llegué al Heraldo, natural- que es «mi» Heraldo. Hay un adagio 
mente con ilusiones; y, pese a alguna mar, las aventuras marineras, los 
que dice: «De los tuyos dirás, pero no 
decepción, casi necesaria e inevitable oirás». ¿Queda claro?.
escritores del mar —por estas cróni- 
en todo destino, hoy solo puedo pen- cas conocí a Polo como escritor, an- 

sar y agradecer que Heraldo fue mi tes de conocerlo en la redacción—, 
casa y que la profesión ejercida en sus 
 las me proporcionó, al  n, un modo Nuestro compañero Polo
rara a ción en una persona nacida 
Polo, así llamábamos a José en Madrid, tan lejos de su soñado 
holgado y discreto de vivir. La verdad 
es que he debido mucho al periódico Hernández Polo en la redacción de mar, aunque quizá era precisamente 

y fui excelentemente tratado en él. Heraldo. Ni José —yo no me hubie- eso, la lejanía, lo que motivaba su 
Viví gran parte de la fase entera de ra atrevido a tanta con anza—, ni querencia.

dirección de Antonio Bruned. En Hernández, por supuesto, que él Pero Polo no sólo era un a cio- 
ocasiones, las menos, muy contadas, 
teníamos opiniones distintas, como mismo disimulaba en su  rma, José nado a esos géneros. Como hombre 
H. Polo. Conocido y apreciado pe- de cultura muy versátil, enciclopé- 
creo que debe ser entre personas que 
utilizan la cabeza. Pero estoy seguro riodista de larga trayectoria, Polo fue dica, era, sobre todo, un devoto de 

de que a los dos nos unió, como un autor de cientos de informaciones, toda la gran literatura, desde los 
lazo que a veces era evidente y otras crónicas, artículos y reportajes, en clásicos a Azorín, una de sus admi- 

se enmascaraba un poco, un singular los que sobresalía su rigor y galanura raciones. Era además un amante de 
afecto. Él era un hombre de corazón, 
era humano y tolerante. Al poco de de estilo, un maestro del periodis- la naturaleza y de la poesía, amores 
mo, o así lo era para mí, y fue, sobre que fundiría en una producción 
ingresar en aquella redacción que 
para mí fue acogedora y cálida como todo, aunque esto no se revelaría fa- lírica solo dada a conocer en sus 

un hogar sobrevenido e inesperado, cundamente hasta sus últimos años, últimos años y que sería —yo diría 
cometí un error absurdo de princi- un escritor impenitente y ejemplar que signi cativamente—, su última 

piante. Me llamó a su despacho y, desde sus jóvenes años madrileños. revelación literaria, ese libro Supervi- 
cuando esperaba yo una severa repri- 
menda merecida, me miró y, al darse Porque Polo era de Madrid, de orí- vientes, aparecido pocos días antes de 
genes aragoneses, aunque después su fallecimiento.
cuenta de mi apuro, sonrió y me dijo: 
«Pero, hombre, no se preocupe tanto, de tantos años en Zaragoza nadie Desde su jubilación, todo ese 

todos nos equivocamos». Bajó la voz podría dudar de su probado zarago- caudal literario que permanecía 
y, como haciéndome una con dencia, zanismo.
inédito, elaborado amorosamente 

agregó: «¡Si le contara la tontería que Polo, tras una larga carrera de durante años, irrumpió de repente. 
yo hice la otra tarde y que no sabe 
nadie.!» Y ese fue todo el rapapolvo magisterio periodístico, al que yo La publicación de Qué extraño grupo 
leía casi como lección obligatoria, de rara gente exótica, a instancias de la 
que me echó encima. Yo, casi con- 
movido, dije para mí: «he aquí un ser
desvelaría, como ya he dicho, que
Asociación de la Prensa de Zarago-


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