

fotos Eugenio Mateo
¡Cómo pasa el tiempo! Era julio del 2012 cuando el primer número de» Crisis. Revista de crítica cultural» vio la luz. Se materializaba el sueño de un grupo de personas empeñados en disponer de un medio de expresión solvente que ahondara en la reflexión y el pensamiento; el transcurso del tiempo nos está dando la prueba de que no estábamos tan locos como se decía.
Hoy, 12 de marzo de 2014, podemos hacer un rápido repaso; deciros por ejemplo que contamos con 107 colaboradores en varios países y continentes que a lo largo de los cuatro números han aportado sus plumas, imágenes o ilustraciones. La firmas invitadas y entrevistados pertenecen a la galería de los ilustres y en nuestro consejo de redacción se dan cita catedráticos, filólogos, periodistas, escritores, dramaturgos, actores, artistas visuales y filósofos. No está mal para tan poco tiempo, teniendo en cuenta que nos asomamos a vosotros cada seis meses… y todo sin ánimo de lucro, Nos gustaría llevar la contraria a las leyes de mercado pero, ¡Ay! el dinero… Necesitamos más asociados, necesitamos vuestra colaboración, necesitamos no necesitar.
fotos Teo Félix y Óscar Baiges
foto Teo Félix Eugenio Mateo, Juan Dominguez Lasierra, Sergio Abraín, Luis Beltrán y Fernando Morlanes
foto José Hernandez Bustamante
foto Teo Félix
foto Teo Félix
foto JHB J Tomás Martin y Mariano Anós
foto TF
foto TF
foto TF
foto Teo Félix
La importancia de los mitos
Eugenio Mateo Otto
En estos tiempos en los que vivimos a prueba, hasta los mitos nos fallan. Valga esta aseveración para mostrar mi desencanto hacia las leyendas de nuevo cuño, sean producto de la mercadotecnia o del papel couché. Esta sociedad en fusión es capaz de olvidar el sentido auténtico de los mitos para plagar de sucedáneos el plano metafísico de la realidad llevando la contraria a las tesis que sostienen que los mitos afianzan nuestros valores morales y que son de importancia crucial, dado el deterioro de la moralidad, que parece haber desaparecido completamente en ciertas áreas.
Decía Rollo May que el mito como producto social ha surgido de muy distintas fuentes, cargado de funciones, persistente en el tiempo pero no inmune a él; es decir, su estructura permanece aunque cambie su forma, y como todo producto social, adquiere su verdadera dimensión cuando es referida a la sociedad en su conjunto.
Los medios de comunicación son la mayor fábrica de mitos y es posible que los mitos posean un significado en su propia estructura, que inconscientemente puede que represente elementos estructurales de la propia sociedad en la que se originaron o actitudes típicas del comportamiento de los propios creadores de los mitos. Pueden también reflejar ciertas preocupaciones humanas específicas, que incluyen las que las contradicciones entre los instintos, deseos y las inconmovibles realidades de la naturaleza y la sociedad pueden producir.
Neo mitos, neo héroes, neo propaganda. En los nuevos idus de marzo los augurios nos traen mitos que ya no educan sino que, deformando las insatisfacciones, exigen adhesiones de renuncia al más puro estilo replicante. Copiarles. Copiar es la estrategia; copiar hasta la manera de mentir, aunque la cruda realidad nos venga a confirmar lo que nunca convino sospechar: la mayoría son de cartón piedra; entonces, se nos viene abajo, un poco más, el liviano sombrajo tan pacientemente levantado creyendo que nos libraría de las tormentas y sin aliento, levantamos uno nuevo, que se vuelve a derrumbar, y, así, mientras pasan los días, nos acercamos al final de las escenas en esta película donde fuimos reclutados como figurantes. Si en los tiempos originarios se identifica a los mitos con grandes héroes o dioses, hoy solo encontramos placebos para la cotidianeidad y exigencias que rigen nuestra vida, consecuencias de nuestra endeblez o de la falta de prejuicios.
Es interesante postular de modo específico que el mito, en cuanto relato oral, es una práctica discursiva sobre los acontecimientos primigenios ocurridos en el principio de los tiempos, entre seres sobrenaturales, y que dan cuenta de la cosmogonía, de la antropogonía y del origen de algo en el mundo como los elementos naturales y los pertenecientes a los derivados de la naturaleza humana. Estos son los mitos que realmente me interesan y en los que aún puedo encontrar refugio. Leyendas que me hablen de tipos insólitos o fabulosos, de seres que me den la mano para cruzar al otro lado. En consecuencia, postulo que el mito refleja en su conjunto poliédrico los diversos ámbitos de la realidad del mundo, pero al mismo tiempo especula; es decir, los mitos deben servirnos para pensar. Así, llegados hasta aquí, descubrimos que nuestro imaginario tiene la llave del regreso. El camino hacia la identidad, de la que surgen figuras como Mosén Bruno Fierro, el cura contrabandista de Saravillo, grande en virtudes y en vicios; o Puchamán de Lobarre, el pícaro chungón presente en todos los bautizos o en todos los entierros; Mariano Bielsa “Chistavín”, el mejor andarín o corredor pedestre de su época en España. Pero el mito que más me gusta es el del “Bandido Cucaracha”, Mariano Gavín, al que siguieron cincuenta hombres en sus cuitas por el desierto monegrino y que murió envenenado con un vaso de vino. Nada hay de grandeza en sus hazañas, si acaso, meros actos de bandolerismo, pero la épica de su vida lo convierte en un ser a mitad camino entre el hambre y la desesperanza, que es, en definitiva, la encrucijada de nuestros temores.
Aunque Lévi-Strauss conceda más valor a la contingencia, porque plantea que el mito en la actualidad se ajusta a la infraestructura tecno-económica, yo -¡qué quieren que les diga!- prefiero los mitos que se cobijan bajo las mesas camilla en el ritual de una tarde de invierno.
Artículo de opinión publicado en
El Pollo Urbano
Siglo21 USA
AFORISMOS, AXIOMAS, OCURRENCIAS Y RECURRENCIAS
En estos tiempos de prisa y provisionalidad, los seres humanos deberíamos comunicarnos a través de los aforismos, como el que separa el grano de la paja, para dejar nuestras ideas libres de rebozo y oropel, desnudas en su concreción y resaltadas en lo esencial. Dicen los expertos que en una conversación, acaso un pequeño porcentaje de lo dicho es debidamente recordado, razón suficiente para dejarnos de circunloquios, exprimir en su justo contenido los conceptos e ir al meollo del asunto utilizando la técnica de la bendita síntesis.
Utilizamos el lenguaje como algo instintivo que no supone esfuerzo y en ese craso error hablamos de más, siempre de más, en un afán de convencer más que de conversar, de contar más que de escuchar para al final solamente oír el eco de nuestra propia voz, onda que no alcanza ningún dial, sonido apenas distinguido en el guirigay de la palabrería. De todo lo que decimos la mayoría no sirve para nada, hay que rebuscar para, a veces, encontrar algún significado libre de doble intención, esto es claro y conciso. De su valor es ya otra cuestión. Dice el Maestro Andrés Ortiz-Osés que el silencio es el metalenguaje de la palabra.
El silencio es lo único que permite escuchar completamente. Este axioma de Perogrullo no es conocido por todos sin embargo, más bien casi ninguno repara en él, claro que a veces tendemos a ignorar lo obvio. La palabra resume todos los silencios para pensarla, guarda celosa su significado, descifra el pensamiento, es en sí misma un tesoro inagotable para, a la vez, ser una cáscara vacía cuando se usa sin conocimiento. En este caso tiene varias acepciones: palabra hueca, palabra falsa, palabra maledicente, palabra ofensiva, etc. A Las buenas palabras se las lleva el viento. La palabra es la voz de nuestro silencio y por nuestras palabras se nos conoce.
Se me ocurre pensar en una máquina que mida las palabras, un artilugio que podríamos llevar colgado del cuello para contar las que pronunciamos al día. Menuda sorpresa, pero para ocurrencia mayor, un programa nos diría todas las inútiles y ahí, mis amigos, casi sería mejor ser mudo para evitarse el esfuerzo de hablar. Bueno, pero permitiría aprender, que no es poco. Ya casi en estado lisérgico imaginemos una conversación donde se dijera –Menos mal que me contradigo: quiere decir que vivo- (O-Osés). Daría una nueva perspectiva para aprender.
Pero las costumbres son recurrentes como algunos granos y demuestran simplemente la clase de pasta de la que estamos amasados. No vamos a ser cautos, ni prudentes, ni siquiera sinceros. Hablaremos con la métrica excedida, aplaudiéndonos como monos de circo en la pista de la estereofonía.
Todo por la palabra, pero sin comprometerla. Cambiar el mundo es evolución: cambiar la vida es revolución, nos dice Ortiz-Osés previniéndonos de lo irrenunciable.
La sala de exposiciones de Bantierra en Zaragoza acoge una retrospectiva del pintor zaragozano Sergio Abraín, uno de los máximos valores del panorama artístico aragonés, en la que se presentan obras realizadas desde 1994 hasta 2010. Estas mismas pinturas han sido expuestas en las salas de Bantierra en Huesca y Calatayud en una programación itinerante.
Como dice Cristina Gimenez Navarro en el folleto editado para la ocasión, Sergio Abraín trasciende su corpus artístico en el desarrollo creativo más allá de la intimidad de su estudio para participar como agente activo en eventos, actividades editoriales o gestión de galerías de arte. La versatilidad del artista se aplica en una decidida postura con la sociedad de la que nace un profundo compromiso ideológico que lo empuja a una reflexión permanente sobre la vigencia de conceptos y experimentaciones. La autoafirmación del testimonio tiempo/evolución como testigo activo. Apasionado actor que traslada a sus obras el riego fértil de la literatura que fluye en sus manos en el momento mismo del trazo.
En la Gran Enciclopedia Aragonesa se le define como pintor, decorador y diseñador. Su formación la inicia desde 1968. Miembro fundador del Colectivo Plástico de Zaragoza, 1975. Funda las zaragozanas galerias de arte Pata Gallo, 1978, y Caligrama-Pata Gallo, 1983, caracterizadas por su espíritu rompedor. En 1977 funda, edita, dirige y diseña la revista de poesía visual Zoo-Tropo, publicando cuatro números. Realiza decoraciones para teatro, montajes en diversos espacios y decora el templete diseñado por el arquitecto Ricardo Usón para el Ayuntamiento de Zaragoza. Concluye 14 libros en ejemplares únicos que regala a sus amigos, buscando una línea estética y formal afín a la personalidad del futuro propietario. Diseña muebles. Como pintor, su constante profesión, entiende el arte cual un todo equívoco y nómada, electrizante y ecléctico. En 1987 realiza un mural para el Centro Cultural Delicias de Zaragoza.
Su línea pictórica transcurre mediante las siguientes etapas. Desde 1973 desarrolla un surrealismo con una visión metafísica y con la crítica daliniana paranoica sin automatismo. Evoluciona hacia una crítica social y política de marcado expresionismo. De 1975 a 1977 trata similares temas pero dando paso a lo que su autor define como «estética de lo horrible». A partir de 1978 cuadricula un fondo que tiene un color blanco agrisado, sobre el cual añade unas figuras expresionistas que representan la represión sexual y política. Desde 1983 combina la pasta y el rabioso trazo gestual, la composición geométrica y el ritmo, a través de sucias tonalidades que se alteran mediante destellos de diversos colores. Mundo de opresores y oprimidos tan ocultos que se emparentan con la abstracción. Desde 1985 evoluciona hasta incorporar una serie de formas, como conos, relojes de arena, clavos con gran cabeza, sin abandono de otras, como el triángulo, espirales, penes, provenientes de su época surrealista.
Poco a poco la figura humana, a veces deforme y angustiante, y otros elementos, como los arquitectónicos, sufren una transformación mediante unas formas abstractas, en grises, blancos sucios y negros, que tienen una impensable capacidad de alterar el entorno. Formas que introduce en un espacio urbano, el cual adquiere un elemento mágico desde su implícita realidad. Una rigurosa geometría que exhibe como verdaderas abstracciones en 1993.
La exposición presenta obras desde este periodo hasta nuestros días, ofreciendo una secuencia de planteamientos eclécticos que se distorsionan en cada veladura, difuminadas realidades en las que aparecen los signos. Los permanentes símbolos de su intencionada andadura de artista a pecho descubierto.
fotos E. MateoEmisores 2007
Han pasado 730 días desde que José Antonio Labordeta nos dejó. Desde entonces, cómo hemos cambiado… Mirar atrás se convierte en un ejercicio arriesgado porque el pasado nos devuelve simplemente los reflejos de las frustraciones. Hubo un momento que nos creímos nuestra identidad y la voz de Aragón se expandió de muchos modos, pero sobre todo por la voz de Labordeta. Fuimos pueblo, como señal de raza y ahora vamos a la deriva.
El 19 de Septiembre del 2010 publiqué esta reflexión sobre el papel de los grandes hombres, uno de ellos José Antonio Labordeta, al que tanto se echa de menos en estos tiempos. Es un humilde homenaje a su postura combatiente.
TÓCALA OTRA VEZ, ABUELO
Nuestras referencias nos van dejando solos, más huérfanos cada vez, al mismo compás que el de un postrer latido. Cada vez que muere un hombre digno, se nos cae una hoja, con el miedo a la sequía temblando en nuestro tronco, carentes de viento que al menos nos refresque. Cada vez que un alma noble nos abandona, se cierne un secano más inevitable que acabará por llevarse la propia identidad hacia el país de nunca jamás.
El sino de los tiempos nos lleva a estos parajes de cal y sargantanas, donde sólo las sabinas conocen sus salidas; pero también las sabinas mueren algún día para dejar al yermo a solas, sin sus sombras. No tardaran los pinos en ocupar su espacio, formados en filas, obedientes a la poda en un futuro. Entonces todos los cerros serán iguales, como las vaguadas que los preceden, vistos desde la áspera llanura de surcos olvidados, en los que fueron enterrados los ideales.
Por cada hombre justo que abandona la lucha, nuevos aspirantes a levantar la antorcha se dejaran seducir por un plato de lentejas, antes de saber si tienen hambre. No tendremos guías que nos lleven seguros por esta travesía del desierto. No tendremos voces que avisen del peligro.
Esta tierra es Aragón- dice la canción.
Tócala otra vez, abuelo.