Page 77 - Crisis 15
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Hasta que enviudó, Manuela enjauladas, se dijo, mientras desha- ayuda de los vecinos más desfavore-
Porta había sido una mujer seden- cía con parsimonia la maleta, que, cidos o discapacitados. Manuela, a
taria, entregada a su familia, sin
poco después, en Sevilla le esperaba causa de la barrera del lenguaje, se
ningún desasosiego, sin añoranza algo semejante, y un sol de justicia, encargaba sólo de hacer los paque-
de nada cuanto pudiera existir más que sus idas y venidas no estaban tes o de meter las compras en bolsas
allá de los límites de su hogar. Una
programadas de acuerdo con la de papel reciclado.
pacienzuda, como decía Alberto, el meteorología sino según los inte- Manuela, que siempre había
mayor de sus hijos.
reses de sus hijos y que, tal vez, no considerado el té como una hierba
Ninguno de ellos estaba enton-
sería mala cosa atreverse a coger un medicinal que había probado muy
ces a su lado; tenían sus vidas y su avión porque, si lo pensaba bien, pocas veces, cuando había que en-
trabajo en grandes ciudades, lejos David Morrell, las pocas veces que tonar el estómago, acudía ahora
del pueblo, lejos de su madre. Y sin le había visto, le pareció hombre
cada tarde para tomarlo con sus
Genaro, hacía ya una eternidad que sosegado y Belén era tan cariñosa..., amigas en aquella sala, junto a la
se le quedó dormido para siempre su pequeña...
sacristía, donde lo servían con su
en el sillón que todavía conservaba Inglaterra. Pronto advirtió que
correspondiente ración de tarta y,
el hueco de su cuerpo, la casa se le allí todo era muy distinto a lo que después, se quedaba un ratito para
caía encima; todo en su vida había estaba acostumbrada. Sí, hacía ya echar una ojeada a la exposición de
adquirido el color gris de su pelo
un año que había aterrizado en otro labores de punto: gorros, guantes,
y hasta andaba con aire cansino, mundo. Y no le iba mal. Belén y calcetines, bufandas..., que se ven-
como si arrastrase un fardo pesado, David se esforzaban en que se sin- dían con el mismo n de recaudar
superior a sus fuerzas.
tiera a gusto y hasta habían preten- dinero para las necesidades de los
Sin saber cómo, un día Manue- dido, al principio, que aprendiera feligreses.
la Porta había empezado aquella inglés, pero su cabeza no estaba pa- Pero con lo que más disfruta-
ronda interminable, ese ir y venir ra ruidos, y lo único que consiguió ba, como un niño, decía Belén, era
de un lado a otro, de norte a sur,
fue acostumbrar el oído a aquel
con las excursiones. Le llamaba
“
de Lugo a Sevilla, donde vivían los la atención el ánimo con que los
hijos, para que disfrutes de los nie- ancianos, cualquiera que fuese su
tos, le dijeron, que vas a estar como El agua que movía el edad, aunque tuvieran que llevar
una reina, y no te encontrarás tan péndulo era como su propia bastones, andadores, o caminasen
sola. Ni se imaginaba Manuela la como tortugas vacilantes, subían a “
vida, ni ella misma podía
vida de las reinas, pero seguro que los autobuses, dispuestos a diver-
saber adónde le llevaría al
así no era.
tirse mientras pudieran mantenerse
Belén, su niña, la pequeña, que minuto siguiente
en pie.
había conocido a David Morrell,
— Estas personas de la tercera
el marido, en unas vacaciones en
edad son envidiables —le comentó
la playa, y ahora residía cerca de galimatías que, a su edad, ya no le a su hija.
Bristol, le insistió mucho en que se hacía falta comprender.
— Aquí se les llama elders —
fuera a vivir con ellos, que aquel era Su vida era plácida y tranquila: dijo Belén.
otro mundo, y que, aunque no ha- jardín y parroquia. En la parroquia — ¿Y qué quiere decir?
bía niños en la casa, tenían un gran había conocido a dos mujeres, una — Los mayores, los de más
jardín en el que distraer su tiempo.
dominicana y otra ecuatoriana, que edad...
Se resistió Manuela durante llevaban media vida en las cercanías — Me gusta. Soy una elder —
años por aquello de la lluvia que de Bristol junto a sus hijos emigran- repitió Manuela.
inducía a una mayor tristeza, por
tes y con las que podía hablar en su Uno de aquellos autobuses la
el idioma incomprensible, por la misma lengua. Las tres se conside- llevó a Londres para ver el nuevo
aventura del viaje. Cada vez que raban ya amigas y participaban en puente del Milenio por el que se
había pensado en irse con la hija, se todas las actividades que promovía cruzaba el Támesis. Y visitó tam-
imaginaba allí las horas muertas, la iglesia, centro vivo del pueblo en bién St. Pauls’s Cathedral y una
sin poder hablar con nadie, y arran- el que había también un supermer- gran abadía, dos museos inmensos,
cando bajo un paraguas las malas cado tan grande como una catedral. y una enorme plaza llena de tien-
hierbas del jardín.
Hacían turnos en una tienda donde das, con música en la calle. A su
Una noche, que volvía del nor- se vendían ropas usadas, después regreso, estuvo hablando durante
te donde apenas había dejado de de haber pasado por la tintorería; toda la cena excitada y como si
llover y casi enloquece con el grite- libros viejos, guritas, velas, barras nadie más que ella conociera esos
río de los nietos, que parecían eras
de incienso... para sacar dinero en
lugares.
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