Page 4 - Crisis 12
P. 4




















DESCONCIERTO
El artículo desconcierto en el Diccionario de la Academia puede provocar

más de una sorpresa. Una de ellas surge al comprobar que el primer valor que 

allí se encuentra es el de ‘descomposición de las partes de un cuerpo o de una 
máquina’ (con ejemplos incluidos: el desconcierto del brazo, del reloj); sin duda 

hubo de ser muy antiguo, pero no entremos por ahora en atestiguaciones del 

pasado. Tampoco deja indiferente la sexta acepción, desusada y referida al ven- 
tris  uxus, pro uvium (lo digo así, en latín, por ser  no y evitar al lector de estas 

líneas una escatología transparente).

Quedémonos con los otros sentidos, que son bastante claros: ‘estado de ánimo 
de desorientación y perplejidad’, ‘desorden, desavenencia, descomposición’, ‘falta 

de modo y medida en las acciones o palabras’ y ‘falta de gobierno y economía’.

Abunda en ellos, como en la voz misma de esta forma de nida, el pre jo des- 
que acarrea casi siempre la idea de inexistencia, privación, separación o carencia, 

como continuador que es del dis- (o di-) latino, el cual también se utilizaba, para- 

dojas de la lengua, para marcar el  nal o la plenitud de algún proceso (hete aquí 
dilucidar, por ejemplo).

Confío en que perdonará quien esto lea que siga adentrándome en territo- 

rios diacrónicos, pero es que este vocablo plantea problemas importantes desde
el punto de vista  lológico. No cabe buscar su origen en un étimo directo latino 

(preferían los romanos dissidium o perturbatio). Hay que pensar más bien en un 

derivado postverbal —así los llamamos los lingüistas— del término desconcertar, 
que nace de la suma del pre jo des- antes señalado y del verbo concertar, del latín 

concertare ‘combatir, pelear’, derivado en esa lengua de certare ‘pelear, luchar’, pero 

asimismo ‘debatir, discutir’ (como lo emplea Cicerón, según recuerdan Coromi- 
nas y Pascual en su Diccionario etimológico); que es debatir más que pelear con el 

pensamiento y las palabras. En la evolución castellana, además, pudo intervenir 

el adjetivo cierto para reorientar los valores semánticos.
Está ya desconcierto en la traducción de la Sevillana Medicina que dio a la luz 

en 1545 Nicolás Monardes, obra escrita por Juan de Aviñón a principios del siglo 

XV: la enfermedad, según allí se lee, viene del «desconcierto de los humores». Des- 
de el Cuatrocientos el término es muy frecuente en todo tipo de textos. Gracián 

escribió: «Nunca llega a viejo un desconcierto: el ver lo mucho que promete, basta 

hacerlo sospechoso, así como lo que prueba demasiado es imposible» (en el Orá- 
culo manual y arte de prudencia, 1647).

Vicente Lagüéns


















4

   2   3   4   5   6