Page 4 - Crisis 11
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VERDAD
Debe servir la cuarta de cada número de Crisis, según el deseo de sus responsables, para introdu- 

cir desde una perspectiva lingüística el tema central al que en él se atiende. Los repertorios lexicográ- 
 cos —sincrónicos y diacrónicos— nos dan las claves esenciales para ello. Pero me temo que alguna 

desazón puede sentir quien acuda a los diccionarios habituales para comprender qué signi ca la pala- 
bra verdad, re ejo de un concepto esencial de nuestra cultura al que se subordina cualquier relativismo.

En cuanto se ajustan a lo que mayoritariamente por ella entendemos, no es irrelevante que las dos 
primeras de niciones académicas de la voz se basen en la correspondencia entre referidos e imágenes 

mentales (‘conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente’) o entre palabras 
emitidas y sentimientos del hablante, de un lado, o sus pensamientos, de otro (‘conformidad de lo que 

se dice con lo que se siente o se piensa’). Pero es que se halla también en el Diccionario de la Lengua Espa- 
ñola (DLE, antes DRAE) una acepción referida a la inmutabilidad de lo verdadero (‘propiedad que tiene 

una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna’) y al ajuste de la verdad con la razón 
(‘juicio o proposición que no se puede negar racionalmente’), ambas sin marcas de saberes o activida- 

des. Las demás propuestas son, por así decirlo, más de andar por casa: ‘cualidad de veraz’ (esto es, ‘que 
dice, usa o profesa siempre la verdad’) y ‘expresión clara, sin rebozo ni lisonja, con que a alguien se le 

corrige o reprende’ (que se ilustra, para que quede clara, con el ejemplo Cayetano le dijo dos verdades). En 
 n, se considera también que es verdad un sinónimo de ‘realidad’, como ‘existencia real de algo’. Nues- 

tra lengua se ha servido del término para crear numerosas locuciones y expresiones (a decir verdad, con 
la verdad por delante, faltar a la verdad, etc.), algunas de ellas, muy coloquiales (una verdad como un templo 

o verdad de Perogrullo, cuya explicación, que aquí no cabe, daría mucho juego).
Si acudimos ahora a la historia, habrá que recordar que desciende verdad del acusativo latino 

ueritatem con una evolución completamente regular. Es una de esas palabras que los  lólogos con- 
sideramos «populares», por cuanto en ella se cumplen las leyes fonéticas esperables. Los registros 

medievales son ya legión: la encontramos por doquier en textos de todo tipo (literarios, cancillerescos, 
jurídicos, notariales, etc.). Vaya un par de testimonios primigenios. Es delicioso, por su coloquialismo, 

un fragmento que la recoge repetidamente en un texto dramático de temática religiosa (no es banal): en 
el Auto de los Reyes Magos, Gaspar duda al relacionar la estrella de Belén con el nacimiento del Mesías 
(«Non es uerdad, non sé qué digo, / todo esto non uale uno  go; / otra nocte me lo cataré, si es uertad, 

bine lo sabré /. ¿Bine es uertad lo que io digo?»; Melchor, menos: «¿Es? ¿Non es? / Cudo [‘creo’] que ver- 
dad es. / Ueer lo é otra uegada, / si es uertad o si es nada. / Nacido es el Criador [...] / bien lo ueo que es 

uerdad, iré al[l]á, par caridad». En el Cid la falta de verdad es motivo de deshonra: a uno y otro infante 
de Carrión —viles, cobardes y mentirosos— se les espeta: «¡Lengua sin manos, cuémo osas hablar!» y 

«¡Calla, alevoso, boca sin verdad!». No puede negarse la fuerza de estos insultos metafóricos.
Y parece necesario, para terminar, una referencia a un neologismo frecuente. De repente, el voca- 

blo posverdad ‘relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos in uyen menos a la hora de 
modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal’ (Fundéu dixit) 

se nos cuela en nuestra lengua a zancadas desde el inglés post-truth. Y se convierte en la palabra del año, 
nada menos, para el conocido diccionario Oxford. Si a la falsedad así la renominamos, mal vamos.

Vicente Lagüéns


















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