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En los últimos años de su vida dizaje de la escritura como forma semblante, movió su barba y casi 
ú
Juan Eduardo Zúñiga decidió es- velada de franquear los límites del lo derriba, pero se rehizo, como si 
cribir su autorretrato. Seguramen- úóyo («nunca dejes el lápiz», decía
de pronto fuera más joven, recom- 
ííñ
te fue una decisión difícil, una íía los que se acercaban a él, como puso el gesto azotado y volvió con 
ó
decisin de esas que se toman en ííícuando Chéjov aconsejaba a su una sonrisa al calor de la conver- 
debate ntimo, después de haber hermano: «escribe, escribe, escri- sación para seguir hablando de La 
íó
desatendido con amable indiferen- éíbe»).
gaviota). Junto con estas visiones 
í
cia muchas otras voces de afuera. Los fragmentos de este retra- explícitas, tan puras que se de- 
Era una decisión difícil porque áto no respondían a un orden de jan a un lado, aparecen mensajes 
ú
contradeca, en apariencia, lo que íacontecimientos lineal y, aunque ocultos, expuestos a la audacia 

siempre haba sido su patrón de épudiera pensarse que la razón de del lector que acepte su reto, o a 
vida: una vida pblica invisible. óla dispersión y su desenlace inaca- aquellos otros que, mejor si cabe, 
íó
Pero tambin era una decisión que óbado quizás se debía a los avatares los reciban como algo inespera- 
í
obedeca a una exigencia interior, de la composición, a la proximi- do —un legado, una comunión 
una exigencia de esas que en sus áídad del final, con el olvido y la misteriosa—, como una afinidad 
óóó
cuentos tomaban el cuerpo de una áímerma de la fuerza, esto sería una llegada de otro tiempo.

íá
voz inaudible para los dems, de lectura superficial, alejada de la Zúñiga sentía predilección 
una llamada misteriosa que, esta imaginación de Zúñiga.
por los espíritus distanciados, se- 

vez s, era imposible desatender: El autorretrato que Zúñiga res desplazados de su comunidad, 

la responsabilidad de ofrecer una quiso dejar de sí al final del cami- a la que consagraban el sentido 
explicacin —una explicacin
no de su vida empieza con una es- último de su obra. De estos soli- 

a s mismo, una interpretacin cena irreal acontecida en un mun- ótarios observadores de la realidad 
ó
explcita— al curso de una vida; do verdadero y cotidiano: es el ócircundante (Turguéniev, Larra, 
la responsabilidad de cuadrar las invierno de la niñez y en Madrid óde nuevo Chéjov) dejó cumplido 

cuartillas de una obra y de una nieva. Los ojos ávidos del niño íóretrato. Individuos que convertían 

existencia, de un modo de ima- que se recrea en la belleza des- la tristeza en literatura y entre- 
ginar y vivir. Seguramente tena lumbrante de la nieve descubren ágaban esta, con generosidad, al 

presente el ejemplo autobiogrfico pronto que, bajo el manto blanco, ñgran relato colectivo. A la hora de 

de su admirado Paustovski, pero con sus destellos, se esconden dibujar su propio retrato Zúñiga 
seguramente tambin, saba que
miserias. La herida de la belleza y se sumergió en sus recuerdos. Des- 
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el suyo deba ser un autorretrato del drama humano forjará el tem- ínudo de anécdotas, dibujó un ca- 

propio y genuino, un autorretrato peramento del nio observador y ñmino. Y como quien pone leyenda 
esencial (como la efigie sobria del solitario (siempre le fascinaron las a un grabado hermético, anotó en 

ltimo Tiziano, al que tanto se pa- estatuas; estatuas que ven y ha- úáóél: «Qué secreta es la calle de los 
ñóó
reca de anciano con sus barbas y blan). De las pginas del libro de años». Sentía el impulso incon- 
en su gusto por las historias ejem- su vida, seleccionadas con alusiva trolable de querer comprender la 

plares), y que seguro no tendra intencin y cuidado hurto, Zi- vida, aunque desconfiaba de que 

tiempo de acabar («antes llegar la ga quiso entresacar aquellas que tal cosa fuera realmente posible. 
Parca...»).
lo mostraban en su verdad ms Confiaba en el magisterio de los 
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Por ello nos lleg, cumplido radical, tan intensas que a veces libros, donde habla, revelada, la 

su centenario, un autorretrato in- parecen diluirse en ensueo (vi- compleja naturaleza de los hom- áí
acabado, y sin embargo completo. siones de s mismo, proyecciones bres, que él imaginaba como un 

Porque en el libro apareca todo del hombre y el paisaje que des- bosque oscuro. Le gustaba indagar 

Ziga, la travesa entera de un cubri en su interior, como quien por debajo de la superficie, ofre- 
alma. En sus pginas, ordenadas observa a otro), tan poderosas que cer imgenes de lo oculto. Su risa 

conforme a la descripcin del obligan al lector a seguir adelante era una forma de resistir el estado 

crecimiento de una conciencia, aturdido, inseguro que de lo que inmaduro y cruel de lo humano. 
siguiendo un hilo de smbolos, vio entremezclado, sin transicin, Crea que un pensamiento litera- 

apareca el nacimiento de la voca- con lo cotidiano. (Un da de pri- rio hara mejor la vida, con toda la 

cin lectora, el descubrimiento del mavera conversaba delicadamente razn.

sufrimiento ajeno, la intuicin de en el saln de su casa, pero sali 

los mensajes unidos por lazos mis- de repente a cerrar la ventana del 

teriosos, la fe en la razn, el com- balcn y un viento que llegaba del 
promiso humano, los amigos y los Retiro azot con extraa fuerza su 

fantasmas y la familia, el apren-
cuerpo nonagenario y deform su



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