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UTOPÍA
Solo una vocal le falta a utopía para hacer pleno. Si inicial la tuviera, cabría pensar en un 

signi cado cercano a ‘buen lugar’, con el mismo pre jo griego eu- que presentan las palabras 

eutanasia ‘buena muerte’ o eucalipto ‘bien cubierto’. Pero no es así. Recurramos una vez más 
al célebre Diccionario etimológico de Joan Corominas y José Antonio Pascual: Utopía es, en rea- 

lidad, una innovación de Tomás Moro, quien creó ese término allá por los primeros años del 
siglo XVI. Lo introdujo en el título mismo de su libro seguramente más conocido: De optimo 

reipublicae statu deque nova insula Vtopia, esto es, Sobre el estado ideal de una república en la nueva 
isla de Utopía. El título abreviado, de acuerdo con la voluntad primera del autor, debería ha- 

ber sido Nusquama, forma rehecha sobre nusquam ‘en ningún lugar’, sin embargo, esta quedó 
arrinconada y aquella triunfó.

Se sirvió Moro para crear la voz de formantes griegos: el pre jo où ‘no’ y de un derivado 
de topos ‘lugar’, con su jo -ía, en referencia a lo que no existe. Utopía es ese territorio imagina- 

rio, ideal, en donde impera un sistema político, social y legislativo perfecto. De ahí a ‘lo anhe- 

lado’ va un paso metonímico. La adopción se dio en diversas lenguas con éxito y sin apenas 
modi caciones. Lo propio de un neologismo culto y moderno.

Una palabra tan sonora y tan cargada de simbolismo tenía que ser bien acogida por las 
gentes de letras. Los corpus diacrónicos incorporan primero menciones del título de la obra 

de Moro por Andrés de Poza (De la antigua lengua, poblaciones y comarcas de las Españas, 1587) o 
Juan Márquez (El gobernador cristiano, c. 1612), entre otras posibles. Feijóo juzgaba que Utopía 

era «escrito verdaderamente ingenioso, agradable y delicado» (Theatro crítico universal, 1730). 
Los registros de la forma ya lexicalizada se multiplican a lo largo del siglo XIX, hasta el pun- 

to de que Galdós puede introducirla jocosamente en El doctor Centeno (1883), a modo de tec- 
nicismo médico mal acentuado (aunque la pronunciación originaria pudo ser con diptongo) 

y en consonancia con la representación vulgar, con sonidos reducidos, del cultismo autopsia: 

«no se dice utosia, sino utopia» (donde cabe un posible cruce con ectopia ‘anomalía de la situa- 
ción de un órgano’, sin tilde, que cuadra bien en su contexto).

No extraña, pues, que la Academia diera carta de naturaleza a utopía allá por 1884: ‘plan, 
proyecto, sistema o doctrina que halaga en teoría, pero cuya práctica es imposible’. Ha llega- 

do al Diccionario de la Lengua Española (Edición del Tricentenario) con dos signi cados: 1. ‘plan, 
proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización’ y 2. ‘represen- 

tación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano’; 
junto a otros derivados (el adjetivo utópico ‘perteneciente o relativo a la utopía’ o el sustantivo 

utopismo ‘tendencia a la utópia’), está en ese repertorio el antónimo distopía, más moderno, 
como ‘representación  cticia de una sociedad futura de características negativas causantes 

de la alienación humana’. El magní co Diccionario del español actual de Manuel Seco apun-

ta propuestas más sencillas, como en tantas ocasiones: es utopía un ‘ideal político o social 
muy alejado de la realidad’ y un ‘proyecto bueno pero irrealizable’. Habría que repensar con 

Fernando Ainsa las razones semánticas, y las que no lo son, de la connotación peyorativa de 
utopía en el lenguaje corriente de nuestros días.

Vicente Lagüéns
















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