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Centro
Hasta dieciocho acepciones recoge el Diccionario de la lengua española de la Academia para
la palabra centro. La primera de ellas nos recuerda que es un concepto geométrico y relativo:
‘punto interior que se toma como equidistante de los límites de una línea, super cie o cuerpo’.
Es consustancial al centro su carácter locativo, que plasma ese repertorio lexicográ co en nada
menos que cinco acepciones que comienzan del mismo modo: ‘lugar de donde parten o a donde
convergen informaciones, decisiones, etc.’, ‘lugar donde habitualmente se reúnen los miembros
de una sociedad o corporación’, ‘lugar o situación donde alguien o algo tiene su natural asiento y
acomodo’, entre otras. Lugar y tiempo explican que el centro sea el ‘núcleo de una ciudad o de un
barrio’. Solemos emplear el término en referencia a una ‘dependencia de la administración del
Estado’ o a un ‘instituto dedicado a determinados estudios e investigaciones’. La metáfora política
con la que lo usamos se apoya en la compleja, relativa y muchas veces pretendida equidistancia
entre los extremos: ‘tendencia o agrupación cuya ideología es intermedia entre la derecha y la
izquierda’. Al n y al cabo, asimismo es centro el ‘objetivo principal a que se aspira o hacia el que
se siente atracción’ (valor este que conviene ejempli car oportunamente: «el dinero es el único
centro de sus intereses»).
En dicho repertorio lexicográ co no faltan las marcaciones diatécnicas, todas ellas del citado
ámbito de la geometría y en referencia al círculo, la esfera y hasta los poliedros regulares. Y hay
interesantes notas diatópicas: se designa así en Honduras al ‘chaleco’; en Ecuador y en Bolivia,
al ‘vestido tradicional de bayeta’. Indica por último el diccionario que el centro puede ser activo
en bioquímica, nervioso en siología, de gravedad en física, de sílaba en fonética, de simetría en
geometría y de la batalla en el lenguaje militar. Hay centros de ores, de mesas y comerciales en los
que no cabe tampoco detenerse.
Quizá convenga recordar que, a través del latín, viene el vocablo del griego κέντρον, que
en esa lengua designaba, entre otra cosas, el ‘aguijón’. Y puestos ya en la historia, diremos que un
paseo por el corpus diacrónico de la «docta institución» nos muestra a grandes rasgos que nuestra
voz (a veces con forma çentro) aparece con frecuencia en textos relacionados con la astrología allá
por la segunda mitad del siglo XIII: «el centro del peciclo de Mercurio», «el centro saliente de cada
planeta del centro del mundo», «el logar do cayer la pierna segunda [...] sera el centro del leuador
de venus» (no haría falta apuntar, pero lo hago por si acaso, que esa pierna es la de un compás y
el levador, el de una esfera armilar, digamos un astrolabio). En el «çentro del mundo» localizaban
Jerusalén a mediados del Trescientos (traducción de la Historia de Jerusalem abreviada, de Jacobo
de Vitriaco). Más tarde, ya en 1437, plantea entre sus Paradojas Fernández de Madrigal, el Tostado,
que la tierra «está en el centro del mundo et en derredor del centro», frente al agua, más ligera, que
corre por encima, y el aire, aún más alto, aunque menos que el fuego, cuyo «lugar corre fasta el
çielo de la luna et adelante». Por esa época, hasta el «abismo o centro maligno» iría el enamorado
tras su dama, en apasionados versos incluidos en el Cancionero de Juan Fernández de Íxar.
Quienes han defendido ze y zi, que los ha habido, han preferido escribir zentro, como es
natural. El lector más avezado en letras y sonidos estará pensando en Gonzalo Correas, quien en
su Arte de la lengua española kastellana (1625) alude al «corazón i zentro de España», a propósito de
la elegancia de nuestra lengua, hoy diríamos que con perspectiva centralista.
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